Tengo que hablar en público: Arghhhhhh!!!!!!!!!
Así, y más fuerte aún, es el grito que muchos pegan cuando saben que deben hablar en público. Sienten pánico y ganas de que la tierra les trague. Pero, ¿por qué ocurre esto?
En cierta manera, es un miedo difícil de entender. No duele, como el dentista, y no es repugnante, como las serpientes (que me perdonen las culebras, víboras y demás familiares… y también los odóntologos). En cambio, hablar en público es un miedo que paraliza porque, en realidad, sí duele. No físicamente, sino más arriba. Más, más arriba. Ahí, sí, ahí: en el pundonor.
El sentido del ridículo está menospreciado. No figura entre los 5 sentidos principales y muchos lo tenemos más desarrollado que el olfato. Saltan todas las alarmas si nos caemos indecorosamente y nos sentimos humillados. Y el subirse a un escenario o hablar ante un auditorio da vértigo a muchas personas. Se sienten indefensos, desvalidos, expuestos. Pero… no quiero seguir profundizando en esa sensación, porque en el peor de los casos voy a lograr que tengan miedo a volar quienes no lo tienen. ¿Qué se puede hacer para sentirse cómodo? Porque hay algo de inevitable en todo esto: tocarnos hablar delante de los demás, tarde o temprano, nos va a tocar. Así que, manos a la obra:
– Prepáralo bien: cuanto más claro tengas qué quieres decir, mejor te saldrá todo. Y una vez que lo tengas claro, redúcelo a la mitad, o mejor, a una quinta parte. Procura ser breve. Los demás lo agradecerán y, además, ¿no decías que no querías hablar?
– Resume en tres o cuatro puntos los mensajes clave que deseas trasladar a tu auditorio. Y asegúrate de expresarlos con claridad y sencillez.
– Trata de conocer el mayor número de detalles del lugar en el que harás tu exposición: hay escenario, atril, cuánta gente se prevé que irá, después de quién hablarás, cómo es el evento en su conjunto… Todos estos datos te ayudarán a visualizar el lugar y a familiarizarte con el entorno.
– Sonríe, sonríe, sonríe. La sonrisa es contagiosa. La transmites a los demás y te da fuerzas a ti mismo.
– Empieza con fuerza y decisión. Coge aire y arranca. Y ni se te ocurra empezar con excusas y debilidades «bueno, espero no aburrirles, no tengo nada que contar, pero bueno, me han dicho que hable…» Así aburrirás y darás pena por partes iguales.
– ¿Leo o no leo? La respuesta para 10 es «No leas». Hablar, expresarte con tus palabras, dirigirte al público y conversar con él es la mejor de las fórmulas para comunicar de verdad. Pero al principio, esto da un miedo atroz y conviene empezar poco a poco. Tener un papel escrito da una gran seguridad: tienes ahí las palabras y puedes leerlas. Eso sí, trata de hacerlo con naturalidad y evita el tono de lectura. Y un par de consejos, utiliza un tamaño grande de letra que te permita leer con facilidad y «mancha» tu documento con colores, subrayados, marcas,… lo que sea, pero que te permita ver de un vistazo qué es lo importante y dónde estás.
– Ensaya: búscate alguien de confianza que te aprecie y que sepa animarte a la vez que sea sincero. Cuanto más lo practiques, más conocerás aquello que quieres decir y te resultará más sencillo. Si no tienes a nadie a mano que te pueda ayudar, tienes el espejo: obsérvate y sé benevolente.
– Cultiva tu ánimo: te conoces mejor que nadie, así que antes de hablar, haz algo que te guste, que te dé energía o que te recuerde lo bueno que eres (salta, recuerda aquel gran día, piensa en los tuyos o échate colonia!!!) Lo que sea, pero sal con toda tu fuerza. Vas a hacerlo bien.
– Y una vez en el escenario, contacta con tu público. Trata de que tu mirada recorra todo el auditorio poco a poco, centra unos segundos la mirada en algunas de las personas más sonrientes y amables, pero tampoco dilates en exceso ese contacto ya que puedes intimidarles.
– Y el más difícil todavía: sé tú mismo. No hay nadie igual a ti. Y yo quiero verte a ti y no a otro. Que se note tu personalidad.
Hablar en público es como conducir. Al principio se nos amontona el acelerador, la palanca de cambios y el retrovisor. Luego, todo fluye y casi ni somos conscientes de qué pie es el que pisa el freno. El reto es encontrar el modo en el que puedas sentirte seguro y tranquilo. En realidad, no hay tanta diferencia entre hablarle a una persona que a 10. O a 50. O a 300. Lo juro.
Me ha encantado el post y coincido contigo en muchas cosas. Como reportera de tv y presentadora durante muchos años solo puedo añadir que hablar en público es cuestión de técnica y mucho ensayo. Luego una puede ser mejor o peor comunicadora, pero como todo se trata de darle una y otra vez. Solo completaría con dos cosas lo que has expuesto de maravilla: tener un buen arranque y cierre, con momentos de clímax en medio de la presentación; y no dejar nada a la improvisación, menos lo estrictamente necesario: «la mejor improvisación es la que no se improvisa», no sé de quién es la cita pero un profesor me la dio en la carrera y no la he olvidado nunca. La de documentación que uno maneja para ir seguro a los eventos. Buen miércoles.
Hola Carolina,
Mil gracias por tu comentario y aportación. Das en el clavo… La atención hay que mantenerla en todo momento, desde el primer segundo, hasta el último y «colar» momentos que reactiven a la audiencia. La magia de lograr que deseen escucharte en todo instante es única.
Y no será casualidad, pero tu máxima también es la mía. Cuanto más preparado llevas algo, más fácil y sencillo es olvidar los papeles e improvisar. ¡Un abrazo y hasta pronto!