¿Tendrán que ser las empresas santas y buenas por narices?
Antes, no les hacía falta. Una empresa podía explotar a dos mil niños en China, deforestar media Amazonas, tratar a patadas a sus clientes y vertir todos sus desechos en el río más cercano, que nadie, o casi nadie, se enteraba. Y por si fuera poco, la susodicha empresa podía patrocinar un equipo de fútbol, crear una fundación de ayuda al necesitado y plantar árboles con los niños de 30 colegios y ¡parecer buena!. ¡Alehop! Lavado de cara, lifting y tratamiento regenerador para un rostro (más bien jeta) que entiende la Responsabilidad Social Corporativa como una artimaña para enmascarar sus trapos sucios.
Pues bien, parece ser que ahora las cosas han cambiado, aunque mi pregunta es: ¿cuánto?.
En la banda defensora a ultranza de que las empresas deben ser buenas, y no sólo parecerlo, se encuentra un púgil de vuelo alto: Fernando Herrero, presidente de la Academia de la Publicidad: «Las compañías tienen que cambiar. Se acabaron los tiempos en los que la publicidad hablaba desde el púlpito. Se acabaron las dictaduras. La transparencia y la honradez van a ser valores de gran importancia y quienes no lo entiendan así, sucumbirán«. Herrero asegura que quedó atrás la filosofía de una Responsabilidad Social Corporativa de lavado de conciencia y que hay que hacer RSC de verdad.
El poder de destrucción que ahora tiene el consumidor es tremendo y por ello, da un consejo: «Trata a los clientes como a personas, no como a clientes. Sé transparente. No es un consejo; es una exigencia. Si no, un día alguien te desnudará en la plaza del pueblo». Y pone la puntilla: «La gente ya no se deja engañar y nunca más van a comprar un producto que les tima. Ya no tragan. Van a la tienda a reclamar, pero también van a las redes sociales y lo cuentan.»
Y yo quiero creerle con todas mis fuerzas. Me gusta ese mundo que dibuja en el cual las empresas son responsables de verdad, producen con honestidad y respeto a los demás y sus derechos, tratan bien al cliente y puedes confiar en ellas. Me gusta imaginar ese mundo en el que todos seamos consumidores implicados y no sólo valoremos el producto final y su precio, si no también todo lo que hacen las compañías para conseguirlo. Me consta que cada vez hay más personas que consumen de ese modo. Me gusta palpar ese poder nuevo y más democrático que ahora tenemos con las redes sociales en las que podemos quejarnos y hacer pública esa queja. Va mucho más allá del «derecho a la pataleta»: puedes lograr que sean muchos más quienes boicoteen a una empresa.
Pero como lo utópico suele ser eso, demasiado utópico, también veo barreras y obstáculos. Son muchos los que sólo miran el precio y prefieren no pensar qué hay detrás de un coste tan bajo. Son muchos los que al ir a comprar un producto o contratar un servicio, miran los comentarios de otros usuarios y terminan teniendo que contentarse con el «en todos sitios cuecen habas» y decantarse por la compañía que menos comentarios negativos tenga… O lo que es lo mismo: la menos mala.
Coincido con Herrero y creo firmemente que una empresa debe ser buena y comportarse como tal y no sólo parecerlo. Pero anda que no hay que construir entre todos peldaños en esta escalera… Eso sí, la obra tiene buena pinta y, al menos, consumidores y empresas estamos más, mucho más igualados que antes donde nos teníamos que tragar todo porque, o no nos enterábamos, o no teníamos más oferta. Así que ahora sólo queda avanzar en ese camino. ¿Lo lograremos? ¿Será pronto?
Son éstas algunas de las preguntas y reflexiones que me dejó Fernando Herrero en la cabeza. Tuve el gusto de escucharle en la presentación de What´s going on? 2014, un muy interesante libro coral de la agencia Villa McLuhan que busca reflejar las claves de la comunicación que está por venir. Decía su director Sergio Puertollano que «vivimos una era de cambio, velocidad e incertidumbre. En los últimos años destaca la velocidad a la que se están produciendo los cambios y nosotros tratamos de interpretar lo que está pasando». Y su análisis, y las 17 tendencias que apuntan, hacen pensar, y mucho. No cuento más por no destripar, pero te lo recomiendo de veras. Lo disfrutarás.
Y ahora me encantaría conocer tu opinión: ¿tendrán que ser las empresas santas de verdad?